domingo, 28 de noviembre de 2010

TH ♥ M: Tercera parte

“Me encuentro en un estado que debe parecerse al de los desgraciados que antiguamente se creían poseídos del espíritu maligno. No es el pesar; no es tampoco un deseo ardiente, sino una rabia sorda y sin nombre que me desgarra el pecho, me anuda la garganta y me sofoca”.

Goethe, Werther.


Thom no encontró a Belle en el departamento donde vivía. No sin antes romper más brazos y piernas, logró averiguar que la corazona se había ido a una casa de la familia, ubicada a pocos metros de Trammel, una playa desierta, en el límite con Trammel City.

Antes de ir para allá, nuestro héroe se metió en una farmacia y robó varias cremas para la piel. Probó todas. Ninguna era mejor que la otra, pero le sirvieron para disimular un poco las cicatrices.

El tren lo dejó a varios kilómetros de la vivienda, pero no le importó caminar. Se lamentó haber olvidado comprar flores, pero apenas se internó en terreno boscoso y repleto de dunas, descubrió arbustos con rosas amarillas. Cuidándose de no pincharse con las espinas, agarró todas las que cabían en una mano, ya que con la otra empuñaba el bate. Pensó que esta vez no lo necesitaría, así que lo soltó y llevó más rosas.

Belle… como una rosa.

La casa era una de las más elegantes que Thom había visto jamás. Era toda blanca, y se complementaba con el azul del cielo, el verde de la arboleda y el turquesa del mar. Incluía un muelle con lancha. Y a través de los ventanales podía distinguirse lo que sucedía en su interior.

En ese momento, Belle hablaba por su Black Berry en lo que parecía el living.

Thom se acercó. A cada paso que daba, sentía latidos de entusiasmo, de ansiedad, de vida, de amor. Ya no pensaba en lo sucedido horas atrás. Hans era pasado, y Belle, un promisorio presente. Ya no había impedimentos para estar con ella. ¿Y si ella lo había dejado, como aquel malnacido había dicho? Más motivos para ilusionarse.

Vas a ser mía, Belle, nunca estuve tan seguro de algo.

Faltando poco metros para llegar, Thom pudo escuchar que Belle hablaba con su madre. Le decía que estaba bien, estudiando para finales, pero también relajándose de vez en cuando.

No puede evitar ser tan educada. ¿Cómo se había atrevido Hans a llamarla arpía?

Un corazón fornido y alto salió por una puerta, la abrazó, y ella sonrió, dejó de hablar, tiró el Black Berry, lo abrazó y se besaron.

Thom se quedó petrificado.

Apareció otro corazón, similar al primero, y también la besó.

Thom dejó caer las rosas, que cayeron casi en cámara lenta.

Belle les dijo que la esperaran en el yacuzzi, que iría en un rato. Acariciándola hasta lo último, ellos salieron por otra puerta.

Thom recobró el ánimo, otra vez por una energía oscura que le surgía de las entrañas. Lamentó haber caído nuevamente en la ingenuidad, pero más lamentó haber tirado el bate. Miró en los alrededores. En un costado de la casa descubrió un cuartito semiabierto, como si alguna siniestra divinidad se lo acabara de preparar. Encontró una pala nueva, de borde filoso. Serviría.

Entró por unos de los ventanales abiertos. Nadie a la vista, pero podía escuchar a los Estorbos charlando en donde debía estar el yacuzzi. También escuchó que los conductores de un noticiero hablaban de una serie de misteriosos y brutales asesinatos.

Apenas abrió la puerta de la habitación, Thom sorprendió a los Estorbos toqueteándose como si fueran pareja. Como estaban de espaldas, no pudieron verlo. Junto al yacuzzi, un televisor de 32’’. La pantalla mostraba imágenes de los cadáveres de Hans y compañía, apenas envueltos en bolsas de plástico.

Los Estorbos se dieron vuelta, pero Thom no les dio tiempo a reaccionar: empujó el televisor al yacuzzi. Aquellas dos esperpentos quedaron electrocutadas en medio de explosiones, chapoteos y humo negro.

Cuando retrocedía para salir de la habitación, un jarrón enorme le pasó a unos milímetros y estalló contra la pared.

Era Belle, quien le tiró otro recipiente, pero Thom lo interceptó con la pala.

—No entendés, Belle —dijo Thom, desesperado, anhelando que la corazona lo comprendiera—. Yo no soy como los demás.

—Obvio que no sos como los demás —dijo ella, quien no se mostraba alterada—. Los corazones rotos no se ponen a matar.

—Es que estar roto es... es... —se le hizo un nudo en la garganta—. Nunca quise terminar así, y no se lo deseo a nadie.

—Y pensás que es por mi culpa, ¿no?

Thom estaba desconcertado. Había matado a dos corazones y ella conservaba la sangre fría.

—¿No te afecta todo esto? —dijo.

—Obvio que me afecta. Pero tampoco me voy a poner histérica ni voy a llorar ni nada de eso.

—Mirá que Hans... Él tampoco será un estorbo ya.

—Corté con Hans.

—Me lo dijo antes de terminar como esos dos de ahí. Pero no le creí.

—Muy lindo, Hans, pero no sabía mentir.

Belle suspiró, pero nada más. ¿Cómo podía ser tan insensible?, pensó Thom.

—Siempre tuve historias complicadas —dijo la corazona—, pero nunca pensé que alguien llegaría a estos extremos.

Thom parpadeó, pero no bajó la guardia y dijo:

—¿Cómo es eso de que siempre tuviste historias complicadas?

Belle se sentó en un sillón, se tapó la cara un momento y dijo.

—Cuando vivía en Trammel City, todo el mundo se enamoraba de mí. Desde jardín ya me mandaban flores, golosinas y esas cosas. Nunca entendí bien por qué ejercía esa atracción, jamás fui tan hermosa ni tan llamativa. Pero esos corazones me caían bien, y hasta salí con muchos. Pero me aburría.

—¿Te aburrías?

—Sí, mucho. Siempre me aburrí fácil. No sé por qué. Debe ser una enfermedad o algo así. Pero no puedo estar mucho tiempo con un solo corazón.

A Thom seguía asombrándolo la calma que Belle conservaba en aquel contexto de muerte. El olor a carne chamuscada había empezado a invadir el living.

—Con los años empeoró —siguió diciendo ella, sin mirarlo—. Lo bueno es que los corazones no terminaban llenos de tajos, como vos detrás de esas cremas que te pusiste ahora. Pero me harté de la situación y me mudé a Two Hearts para estudiar una carrera universitaria y, de paso, empezar una nueva vida. Deseé que nadie se enamorara de mí, y que yo no me enamorara de nadie, también. Por eso traté de no llamar la atención y adoptar una actitud más sumisa aún. Pero apareciste vos y casi me muero de ternura. Tan educado y bueno eras...

Thom recordó esos días en que empezaban a conocerse y casi se ablandó.

—Al mismo tiempo, un día fui llevarle los apuntes a una compañera al trabajo, en Love Inc. Ahí conocí a Hans. Pocas veces vi un corazón tan precioso. Y nos enganchamos. Amor a primera vista, como le dicen. Sólo que para mí no fue amor.

—Pero Hans y vos parecían superenamorados —dijo Thom—. Lo podía notar en Heartbook y en la calle.

—Todo bien con Hans y con su familia —dijo Belle, y se levantó y se puso a caminar—, pero la relación se desgastó. Además, noté que para él ya no era su chiche nuevo. Así que cortamos hace unas horas y yo me vine para acá, a pensar con claridad.

—¿Necesitás dos corazones para pensar con claridad?

—Necesitaba a esos dos porque quería algo de acción en este momento. Seguro me entendés.

—No, no te entiendo para nada —Thom también se puso a caminar, sin perderla de vista—. En conclusión, a todo el mundo le diste una oportunidad, menos a mí. Yo podría haber sido el corazón que te hubiera correspondido. Si al menos me daban una chance de salir, de compartir más cosas, incluso de besarnos, posiblemente habría pasado algo. Algo lindo, algo único, algo especial. Pero no: preferiste ir con Hans, con el galán de la historia.

—Y bueno, los galanes siempre corren con ventaja.

Thom dejó de caminar, se apoyó junto a la pared. La situación era más extraña, compleja e impredecible de lo que había imaginado. Para empezar, Belle parecía normal, hasta más accesible que las otras corazonas de Two Hearts. ¡Y resultó ser peor!

—O sea —dijo—, que yo apenas te parecí tierno.

—Sí, sólo ternura. A nosotras nos gustan los personajes tiernos en las películas, en los libros, en la televisión... Pero no en la vida real. No es lo que las corazonas queremos para nuestras vidas, porque los tiernos de verdad apestan. Te guste o no, es así —lo miró por primera vez en varios minutos—. Y vos, no importa si reventás a toda una ciudad, vas a morirte como un simple corazón tierno.

Thom levantó la pala y dijo:

—Tierno... pero que un día se cansó.

Belle se quedó de pie, mirándolo, seria.

—Vamos —dijo, con la misma indiferencia de siempre—. Hacelo.

—¿Hacer qué?

—Ya sabés. Dejame como a esos dos.

—¿Por qué esa actitud?

—No sé. Siempre fui algo insensible, pero ahora debo sentir un poco de culpa. Si me matás me harías un favor. Ya no me importa más nada.

Enardecido, Thom se le acercó, listo para golpearla hasta la muerte.

—¿Estás segura?

Belle resopló y dijo:

—Pero eso tu vida es un desastre y las corazonas siempre huyen de vos: a veces se ponés muy dubitativo y sos re inseguro. Además de que sos el ser más obsesivo que conocí en mi vida.

Thom levantó bien alto la pala...

—¡DALE!

... pero la bajó.

—¿Y?

Lejos de tranquilizarse, Thom la señalo y dijo:

—Por lo menos yo no... no...

Pero no terminó la frase, tiró la pala y salió por el ventanal. No merecía la pena seguir perdiendo tiempo con alguien tan maligno, tan perturbado. ¿Cómo había sido tan ciego como para sentirse atraído por ese demonio de rosas amarillas? No, no merecía la pena dedicarle más tiempo a Belle, no, para nada. Que la pisara un tren o se ahogara en el amar, pero, ¿para qué mancharse de sangre otra vez?

No, no lo valía.

En absoluto.

Pero...

¿Y si seguía provocando daños en los corazones que se le cruzaran? ¿Y si continuaba saliendo impune de sus crímenes sentimentales? ¿Y sí...?

Thom regresó a la vivienda, empujó a Belle y no paró hasta amputarle brazos y piernas con la punta filosa de la pala, en medio de la sangre y los forcejeos y chillidos de la corazona.

—¡¿Esto no era lo que querías, eh?!

También le hizo tajos en el resto del cuerpo, pero luego se sentó a ver cómo se desangraba en medio de la laguna rojoscura que empapaba el piso alfombrado. Se retorció varios minutos hasta que por fin murió.

Thom fue a la playa y dejó que el mar le limpiara la sangre. Era agradable el agua marina. Se sintió más relajado. De hecho, era la primera vez que se sentía tan en paz consigo mismo.

Antes de subirse a la lancha y recorrer la costa, volvió al bosque en busca del bate. Podría servirle en el futuro. Sin embargo, no tenía claro qué hacer.

No podía regresar a Two Hearts, no en lo inmediato. ¿Trammel City? Riesgoso también. Por suerte habían otras ciudades costeras, e islas y archipiélagos. Una isla poco habitada sería lo ideal para calmarse lo más posible. Sí, era buena idea.

Debía encontrar un lugar donde comenzar una nueva vida.

Un lugar sin corazonas.

Un lugar donde no pudiera enamorarse.



Fin de esta historia. Pronto, nuevas desventuras de Thom.

jueves, 11 de noviembre de 2010

TH ♥ M: Segunda parte

“Ella no será de nadie, ni nadie será de ella”.

Goethe, Werther.


En Two Hearts no existían guerras. No eran necesarias, porque no había violencia. Los corazones no se robaban ni se mataban entre sí. Y al no haber crímenes, nunca hicieron faltan las fuerzas policiales y tampoco los ejércitos. El concepto de arma de fuego resultaba desconocido.

No existían las guerras, pero estaba por desatarse una.

De vuelta a su casa, Thom revolvió en el baúl de las cosas viejas y sacó su bate de béisbol. Lo había comprado en la secundaria, con sus ahorros. Había pensado que jugando béisbol, el deporte más popular hasta la llegada del paddle, atraería a las corazonas. Aunque sabía pegarle fuerte a la pelota, no era muy bueno. Es más: los otros corazones (y las corazonas) se burlaban de él apenas pisaba una cancha. Entonces abandonó el béisbol, pero no el bate.

Menos mal que lo conservé. Siempre supe que podría servirme para algo.

Dio vueltas hasta el amanecer y salió temprano para Love Inc. Esperó en la plaza de enfrente, semioculto entre arbustos con formas de caramelos.

A pocos metros, charlando y riendo en el borde de la fuente, una pareja de corazoncitos adolescentes que seguro habían faltado a clases. En un momento él dijo “Te amo” y ella lo abrazó y lo besó.

Thom deseaba golpearlos con el bate, que sostenía con firmeza, cuando vio llegar el auto más elegante y más moderno de los últimos años. Lo conducía Hans, y se aproximaba al estacionamiento.

Enardecido, Thom ocultó el arma detrás suyo (recuerden que los corazones tienen espaldas grandes) caminó hasta la calle y se detuvo mitad de camino, impidiendo el paso de Hans, que tocó bocina.

Thom no se movió.

Hans le gritó que se hiciera a un lado.

Thom permaneció quieto, concentrado en ese repugnante corazón que le había robado a su amada.

Hans se bajó del auto, fue hasta él.

—Yo te conozco —dijo y paró de andar—. Vos sos el que molestaba a mi novia.

¿Molestar a Belle? Thom temblaba de bronca. ¿Quién se creía que era ese ladrón, esa escoria malnacida?

—¿Qué estás haciendo acá? —Si antes estaba de malhumor, ahora empeoró—. Correte que tengo que entrar a trabajar.

Thom recordó la noche en que le impidió hablar con Belle, la noche en que se la había robado, la noche que significo el principio de su fin.

—Parece que te quedaste mudo, eh. Dale, salí de mi camino, que algunos tenemos que trabajar.

Thom apretó los dientes, estaba por sacar el bate y destrozar a ese idiota.

Vas a aprender a no robar corazonas.

—Mirá, no sé qué te pasó —lo miraba con asco—, no sé qué te hicieron en el cuerpo, pero no me importa, así que salí si no querés que te saque de prepo.

Thom empuñó fuerte el bate. Estaba listo para usarlo.

—Muy bien, tarado, vos te lo buscaste.

Pero Thom retrocedió, de modo que no se viera el bate, y salió de allí. Oyó que Hans le gritaba “¡Estás tocado, vos!”.

No fue un acto de cobardía. Nada de eso. Pero Thom se dio cuenta de que no podía ser tan impulsivo. A pesar de su furia incontenible, debía actuar con un poco más de cautela, precisión e inteligencia. ¡Había que pensar!

Regresó a su departamento, se sentó frente a la computadora y buscó en G♥♥gle más datos de Hans en páginas, foros, videos, notas periodísticas, lo que fuera. Se concentró en los detalles más privados.

Y no sólo investigó a Hans: también a su familia. Por suerte, padres, hermanos, tíos, primos, sobrinos, casi todos tenían perfiles en Heartbook o por lo menos se sabía algo de ellos. Por suerte, no habían puesto filtros, por lo que sus datos más íntimos estaban a la vista de cualquiera. En varias fotos de reuniones familiares aparecía Thom y la familia parecía contenta con ella.

Thom se dedicó el resto del día a recopilar datos. Entre tanto, ensayaba con la bate, destrozando aparatos y muebles, los pocos bienes materiales que le quedaban. Destrozaba con ganas, destrozaba hasta pulverizar. También se metía en el perfil de Belle en Heartbook. Se la veía tan preciosa como siempre, bella como una rosa... pero siempre en brazos del maldito Hans.

Ya vas a ver, ladrón miserable, parodia de ser vivo.

En un momento prendió el televisor. En los noticieros hablaban del misterioso asesinato del Padre. Periodistas y otras personas se mostraban asqueadas junto al cadáver, ahora tapado con una sábana blanca manchada de sangre. Todos se preguntaban quién pudo haber hecho algo tan salvaje.

Al día siguiente, Thom espió a Lothar, el padre de su némesis. Era un corazón veterano, pero atractivo y muy activo, a juzgar por su manera de trotar cerca del parque a pocos metros de su residencia. Thom lo interceptó cuando llegaba de dar una vuelta en redondo.

—¿Te puedo ayudar en algo? —dijo Lothar, jadeando.

Thom le respondió con un batazo en la cara.

Tres días más tarde, llamó a Hans a su BlackBerry (casi todos los corazones tenían uno).

—¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó el ladrón.

—Quiero que hablemos —dijo Thom.

—No tenemos nada de que hablar.

—¿Estás seguro?

—¡Obvio! Yo nunca pierdo el tiempo hablando con perdedores como vos.

—¿Siempre sos tan amable?

—Bueno, loco, chau...

—¡Ey, Hans! Tu sobrina te manda saludos.

—¿Qué?

—Anzi. Tiene cinco pero parece de menos.

Pausa.

—¿Qué hicis...?

—Te espero en lo de tus tíos Claus y Rose.

Y le cortó.

Thom esperó en los arbustos del jardín de la casa, blandiendo el bate, ahora ensangrentado. ¿Todos en es familia vivían en residencias inalcanzables?

Pasaron las horas, llegaba la noche, y Hans no aparecía. Thom esperaba verlo llegar con un grupo de amigos con ganas de hacerse los valientes o algo así.

¿Huiste, cobarde?

Se lo imagino a él sufriendo y a Belle a su lado, consolándolo con palabras y caricias, como enamorados...

Un crujido.

Miró a su alrededor, a través de la abundante vegetación que rodeaba la vivienda. Los tres caniches no eran, seguro, ya que los había reventado a golpes.

Un arbusto se agitó y Hans surgió y lo derribó y levantó un fierro para golpearlo, Thom detuvo el impacto con el bate, Hans quiso contraatacar, Thom volvió a evitar el ataque, el ladrón le dio una trompada, dos, tres y lo golpeó con el fierro, Thom gritó, esquivo otro fierrazo y lo golpeó en la frente y en la cara, Hans agitó el fierro a ciegas, Thom no paró de golpearlo, pero el fierro le dio en el estómago y se retorció, pero se recuperó a tiempo y evitó otro golpe y bateó bien bien pero bien fuerte en la cara de Hans y logró derribarlo y no se detuvo hasta romperle brazos y piernas y dientes y esa cara de galán.

—Por lo que veo —dijo Thom cuando paró, exhausto—, quisiste hacerte el héroe vos solito. ¿No sabías que el orgullo puede matar a los corazones?

Arrastró al moribundo Hans dentro de la residencia. Dejó que se horrorizara al ver los cadáveres de sus familiares apilados en el amplio living. Además de matarlos con el bate, Thom los había tajeado para que se vieran resquebrajados como él.

—La tía Rose dio pelea hasta el final —dijo Thom—. Los hombres son todos de manteca, como vos. Pero las mujeres saben defenderse. Hasta cierto punto, claro.

Hans lloraba y gemía por el dolor.

—No te preocupes, dejé a una. Dejé a la más valiente.

Thom fue a la cocina y trajo, a rastras, a la pequeña Anzi. No estaba muerta, pero también le había destrozado brazos y piernas.

—Ya no puede ni llorar, pero respira, eh.

Hans lloraba, tosía, se quedaba por los golpes.

—Te estarás preguntando: “¿Por qué?”. Bueno, vos te metiste con algo mío, y por eso yo me metí con algo tuyo. Ahora estamos a mano.

Hans paró de llorar, con furia lo miraba.

Thom se apoyó contra la pared más salpicada de sangre y dijo:

—Yo amo a Belle. La amo. Después de décadas, por fin encontré una corazona para mí. Vos no me entendés porque sos perfecto, hermoso y todo eso. Nunca tuviste que ser yo, nunca tuviste que sufrir. No tenés idea de lo que es pasarla mal durante tanto tiempo. Como dije, fueron décadas. Ni una semana, ni un año: DÉCADAS —empezó a caminar de un lado al otro, el bate siempre en mano—. Con Belle iba a pasar algo, pero vos me la sacaste. Por eso ella ya no quería saber más nada conmigo. Vos la conquistaste y le lavaste el cerebro y por eso ahora sólo te ama a vos —y golpeó a Anzi, pese al grito de Hans—. Podías tener a la corazona que quisieras, ¿por qué te fijaste en Belle? —le dos batazo más—. ¡Belle era para mí! ¡Belle es para mí!

Y golpeó a la niña hasta matarla.

—¿Ves? Esto pasa cuando te metés con quien no deberías.

Thom notó que ahora Hans quería hablar.

—Así que querés opinar al respecto.

Hans tragó saliva, tosió.

—Yo te escucho. Lástima que tu familia no.

El ladrón volvió a toser y consiguió decir, con voz casi inaudible:

—Belle y yo... Belle y yo —más tos—. Belle y yo... ya no somos novios.

Thom se quedó petrificado.

—¿Cómo? —dijo.

—Nos separamos —más tos.

Thom se llevó una mano a su agrietada cara, empapada de sudor y de sangre.

—No te creo. Yo los vi juntos hace poco. No trates de engañarme.

—Nos separamos esta mañana.

—¿Está mañana? ¡Sí, claro!

—Por teléfono. Ella me dejó. Me dejó la maldita.

Thom le dio un batazo y dijo:

—Eso me lo creo menos. No me tomes por estúpido.

Hans tosió, tuvo arcadas y pudo decir:

—No es tan buena como parece —más tos y arcadas—. Es una arpía.

Para Thom fue como un mazazo. No podía creer que aquel engendro estuviera ensuciando a Belle con tal de permanecer vivo unos segundos más. ¿Cómo podía ser Belle alguien malo?

No le respondió a Hans. Mejor dicho, le respondió a su manera: junto cortinas y otros elementos combustibles, prendió un fósforo, y a los pocos segundos la casa ardía. Antes de irse en busca de Belle, Thom oyó los gritos desesperados del ladrón.

Andá a robar corazonas en el Más Allá, infeliz.


Continuará en la tercera y última parte.

lunes, 25 de octubre de 2010

TH ♥ M: Primera parte


¿Es preciso que lo que constituye la felicidad del hombre sea también la fuente de su miseria?.
Goethe, Werther.


Ya conocen historias protagonizadas por princesas, duendes, magos; por juguetes, animalitos, autos, pingüinos, robots y un interminable etcétera.
Esta es una historia de corazones. Sí, sí, corazones, pero con piernas, brazos, caras y todo eso.
Two Hearts era la Capital de los Enamorados. Abundaban las parejas de corazones: en el trabajo, en las escuelas. Paseaban de la mano en las plazas, compraban en los shoppings, nadaban en los lagos, se divertían en los parques de diversiones y bailaban en las discos de moda. Retozaban en campos de eternas flores coloridas. Si bien predominaban parejas de corazón con corazona, también había del mismo sexo, que solían frecuentar el Puerto Marilina, entre otros puntos turísticos. En cualquier caso, nunca dejaban de manifestar cuánto que querían. ¡Con qué devoción se abrazaban y besaban las parejas! ¡Qué espectáculo contemplarlos al atardecer, sus figuras recortadas contra el sol! (aunque ya de por si uno se maravillaba de verlos, sin importar el lugar ni la hora). Y qué decir de los besos. Besos tan especiales que te sentías Dios.
Two Hearts era el colmo del cariño, la dulzura, el amor.
Todos sus habitantes vivían felices.
Todos... menos Thom.
Thom siempre se enamoraba con facilidad. Pero los amores nunca le correspondían.
En Jardín de infantes fue Mily, esa niña de sonrisa perfecta, ojos verdes, pecas que le quedaban extrañamente bien. Thom no dejaba de mirarla.¡Sí, debía estar enamorado! Pero no se animaba a decírselo. Pasaron años, hasta que al final de un segundo recreo, durante los primeros días de primavera, le regaló un alfajor. Mily se puso a gritar y salió corriendo.
En la primaria, Cecil. Ojazos color miel, buena persona y superinteligente, de esas que sacan 10 en todas las pruebas. Thom nunca había pensado que la sonrisa de una chica pudiera ser capaz de derretirlo, de impedir que pensara en otra cosa que no fuera en ella. ¡Sí, debía estar enamorado! Pero no se animaba a decírselo. Pasaron años, hasta que al final de un segundo recreo, durante los primeros días de primavera, le escribió una carta. Lote bramó: “No me gustás para nada”.
En la secundaria, Lote. Flaca, pelo negro hasta la cintura, flequillo irresistible, ojos azules más irresistibles aún. ¡Sí, debía estar enamorado! Pero no se animaba a decírselo. Pasaron años, hasta que al final de un segundo recreo, durante los primeros días de primavera, le regaló un alfajor triple, de los que siempre compraba en el kiosco del colegio, con una carta pegada. Hubiera preferido que escapara gritando o que lo insultara. Fue peor que eso: se rió. Se le rió en la cara, como si su declaración de amor hubiera sido un chiste.
Y esto, sin contar las miles de corazones a las que conocía en la calle o donde fuera, pero que con sólo verlo cruzaban a la vereda de enfrente o decían rápido que tenían novio y abrazaban a cualquier otro corazón fingiendo un noviazgo.
(Como habrán notado, los corazones tenían un sistema educativo como el nuestro, y también usaban Internet).
No tenía suerte, Thom. Después de cada fracaso, terminaba destruido, con la autoestima por el subsuelo. Pero no lloraba.
¿Por qué me pasa a mí?, solía preguntarse. Sobraban motivos: nunca había sido precisamente un galán, jamás tuvo carisma ni presencia. Se llevaba mejor con las computadoras y los libros que con sus conciudadanos. Era un alumno mediocre… Esas cosas no ayudan con las corazonas.
Y Thom se sentía cada vez más abatido. Ya no era jovencito, y el hecho de jamás haber tenido novia comenzaba a desesperarlo. Una frase dice que es bueno recibir golpes. Pero otra frase dice que si te golpean muy fuerte y muy seguido, no te vas a poder levantar.
Soy bueno, soy educado... Pero eso nunca alanza, por lo menos a mí. Pero si sigo soltero, debe ser por algo. Por ahí es una señal, tal vez tengo que disfrutar más de mi actual estado civil. ¿Pero más todavía? Debe ser como dice la canción: “Ganes o pierdas, aprovechá la oportunidad”.
Una tarde concurrió al templo más cercano. En los templos, los novios se casaban y bautizaban a sus hijos, y los corazones solitarios le rezaban a Cupido para que los ayudara a conseguir pareja.
Primero habló con el Padre, el único con quien algo podía desahogarse de su mal de amores. Thom no tenía padres —lo abandonaron de pequeño—, tampoco tenía amigos, y la Tía Bates, encargada de criarlo, había muerto dos inviernos atrás (aunque ella, con su característica “buena onda”, lo acusaba de victimizarse y le exigía que dejase de llorar).
—¿Valdrá la pena seguir rezando? —dijo Thom.
—¿Si vale la pena? —dijo el Padre enarcando las cejas—. ¡Por supuesto! ¡Nunca dejes de creer, hijo mío!
—Y nunca dejo de creer, se lo aseguro. Pero... No sé...
El Padre lo palmeó suave y dijo:
—No te preocupes, hijo. Te entiendo.
No, usted no me entiende. Usted, como los otros Padres, goza del derecho a formar parejas y tener familia. No sabe cómo me siento.
Pero Thom calló y dijo:
—Sí, bueno, creo que voy a rezar más.
—Muy bien, hijo. Esa es la actitud. Tarde o temprano, Cupido te guiará al amor de tu vida.
¿Por qué rezarle a una figura extraña, que no se parece a nosotros, los corazones? ¿Qué lo hace tan especial? ¿Cómo sabemos que realmente existe? ¿Por qué ayuda a todo el mundo menos a mí?
Volvió a callar, se sentó frente a la estatua de Cupido —un Cupido esbelto, listo para disparar una de sus afiladas flechas— y rezó, rezó un rato largo, rezó con devoción, con ganas de que por fin pudieran dársele las cosas en el terreno sentimental.
Por favor por favor por favor...
Y todo pareció cambiar en el último año de Letras en Desdémona College.
Se llamaba Belle, según escuchó por ahí. Mily, Cecil y Lote eran nada al lado de ella. Mejor todavía: Belle era de una hermosura simple, no inalcanzable. Como de costumbre, para Thom fue amor a primera vista.
No eran compañeros de curso, pero coincidían en los recreos. Aún durante las clases, Thom sentía palpitaciones, como si estuviera por morirse. La idea de que vería a Belle en pocos minutos revolucionaba su organismo y su espíritu. Imposible no pensar en semejante belleza natural, en aquel milagro que charlaba y reían con amigas junto al kiosco del Desdémona.
Decidido a no esperar años, se acercó a ella y la saludó. Si lo rechazaba (¡No no no!), al menos no agonizaría durante mucho más tiempo.
Belle lo miró y por poco Thom no se disuelve como Amélie Poulain. Se contuvo, aunque no supo cómo continuar.
—¿Todo bien? —pudo decir.
—Bien —contestó ella, y le sonrió.
En tapa de su carpeta habían fotos de rosas amarillas. A Thom se le ocurrió que Belle era linda como una rosa.
De a poco fueron relacionándose en los recreos o a la salida. Thom llegó a comprarle alfajores o bebidas, y hasta se armó un perfil en Heartbook, la red social más popular, y la agregó como amiga. Y lo mejor de todo: ella lo aceptó. De esa manera pudo descubrir que compartían varios gustos, como el cine y la literatura. Ya tenían temas para hablar durante los pocos minutos que se veían. No era fácil acceder a Belle, ya que casi siempre estaba rodeada de tres amigas que lo miraban como si fuera la peor aberración de la ciudad. Pero Belle lo escuchaba y Thom a ella.
Bella era sensible, sencilla, para nada creída ni superficial. No como la mayoría de las corazonas.
Sí, había una relación entre ambos. Una relación de amistad.
Pero Thom quería más.
Trabajo, estudio, vida, todo eso pasaba a segundo plano cuando pensaba en Belle. Incluso en sueños, donde directamente veía a ellos dos tomados de la mano, como novios de verdad, acostados en un campo de rosas amarillas, acariciándose, a los besos...
Un viernes a la salida le confesó sus sentimientos. Estaba seguro de que Cupido al fin daría en el blanco. Tenían demasiado en común.
Si Belle le hubiera correspondido, esta historia terminaría acá.
Pero Thom volvió a chocar contra una muralla.
Belle, su adorada, preciosa Belle, nunca más le dirigió la palabra. Cuando Thom quería acercársele, ella lo evitaba. Y nunca más hubo contacto vía Heartbook, pese a que no lo eliminó de su interminable lista de amigos.
Thom no daba más del dolor y la angustia. Quería hablarle, preguntarle por qué no podía haber un noviazgo entre ambos. ¡Por qué no una oportunidad! ¡Por qué no, si había tanta química entre los dos!
Un viernes por la noche se plantó ante Belle al final de una clase. Ella le dijo que no la interrumpiera, que estaba con las “simpáticas” amigas. Thom insistió en que debían hablar.
—Vayamos a un café —agregó—. Por favor.
—Hablemos acá —dijo ella, muy seria.
—En privado —notó que las amigas lo fulminaban con la mirada—. Por favor, Belle.
—Mejor dejémoslo así.
—No, no Belle, tenemos que...
Thom quiso detenerla, pero alguien lo atrapó del brazo. Alguien que apretaba muy fuerte. Miró a su derecha.
Era un corazón alto, imponente, de ojos azules penetrantes como perforadoras y poderosos como sus manos.
—¿Se te perdió algo? —dijo con una tranquilidad y seguridad escalofriantes.
Thom pensó que le trituraría la muñeca, pero lo soltó.
A Belle se le modificó la cara apenas vio al Otro. ¡Era la felicidad personificada! Ella y el galán se abrazaron.
—Te estaba esperando —dijo Belle, y se besaron.
Para Thom fue como una estocada. Cerró los ojos y apretó los dientes y los puños y se retorció a causa del dolor. Por supuesto, Belle y el Otro partieron abrazados, seguidos por las tres amigas.
Thom pudo levantarse y, temblando como un enfermo, regresó a su diminuto departamento, ahora más deprimente que nunca. No logró dormir ni esa noche ni las posteriores.
Según Heartbook, el Otro respondía al nombre de Hans. Entre miles de cosas, era un ascendente empleado de Love Inc., la empresa especializada en fabricar y vender productos para novios, desde tarjetas y bombones hasta flores naturales que nunca se marchitaban y mascotas de colores extravagantes. Y, claro, también era un sex symbol codiciado por todas las corazonas de Two Hearts.
¿Y yo qué soy? Apenas el dueño de Sturm ‘n’ Drang, un emprendimiento de tarjetas con el que no gano ni siquiera insultos. Y las corazonas me odian, como si fuera un cáncer con patas. ¿Qué habrá visto Belle en ese tonto? Ni siquiera es su tipo. ¡Yo tengo más en común con ella! Pero debe ser otro caso de los opuestos que se atraen.
Y vaya que se atraían. Aunque Thom dejó de entrar en Heartbook —los tórtolos lucían enamoradísimos en miles de álbumes de fotos subidos allí—, se los encontraba en el hall del Desdémona, en la calle, en plazas... Hans tenía auto, así que Thom imagino que los fines de semana irían al campo (¿al campo de rosas amarillas?), o al mar y a las montañas y a los bosques y a los parques de diversiones y a las discos de moda y a la casa de él y a su dormitorio...
Fue luego de verlos sonrientes y comiendo helado junto a la laguna que Thom se dio cuenta. Los niños, los viejos y otras parejas lo miraban de manera extraña. Al principio no le sorprendió demasiado semejantes reacciones, pero se alarmó cuando un corazoncito le dijo a su padre: “Está roto”. Se aproximó cauteloso a la vidriera de una tienda, miro su reflejo.
Tembló igual que un perro moribundo, de milagro no tuvo un ataque ahí nomás. ¿Existía algo más horroroso?
Se vio a sí mismo, pero ya no era el de antes.
Su piel estaba resquebrajada y tenía la textura de tierra reseca, muerta.
Corrió al templo, que por suerte se encontraba vacío. Arrodillado frente a la estatua de Cupido, empezó a decir:
—¿Por qué me t-tuvo que-que...? ¿P-por qué...?
Y se quebró. Lloró lo que jamás había llorado. Lloró durante una hora y más. Lloró de modo que el ardía el cuerpo, como si el alma se le consumiera viva. Lloró hasta caerse y golpearse contra la punta de un banco. Las lágrimas empapaban el piso, pero no le importó. Ya no le importaba más nada. Sólo lloraba y suplicaba que el dolor se fuera, pero resultaba cada vez más intenso y feroz e interminable.
Sintió una mano. Entre la lágrimas reconoció al Padre, que parecía tan espantado como los demás.
—Hijo mío —se limitó a decir antes de llevarse una mano a la boca.
Thom se limpió las lágrimas y, tras un esfuerzo, logró pararse. Estaba exhausto de tanto llorar.
—Sé que es difícil —dijo el Padre—, pero no tenés que rendirte. Todavía sos joven y...
Thom se le arrojó encima, lo derribó con su peso, lo golpeó, lo golpeó sin parar, le clavó las uñas de manera que la piel le quedara como la suya, el Padre grito y forcejeó, pero Thom era más fuerte, ¡nunca se sintió tan poderoso!, y lo soltó para patearlo una, dos, cinco veces, veinte veces, cuarenta veces, lo pateó en la cara, en esa bocota inútil, lo pateó hasta casi desfigurarlo, y justo reparó en la estatua de Cupido, en cómo estaba ubicada y fue hasta ella y miró al Padre y otra vez a la estatua y con su nueva y terrible fuerza empujó y empujó hasta que la estatua cayó encima del Padre, de manera que la flecha de Cupido atravesó al religioso.
—No soy tu hijo.
Thom temblaba, pero de euforia. Una energía extraña, peligrosa, pero irresistible, lo había inyectado de vida. Era como un renacer a una nueva existencia. Ya no sería sumiso, ya no permitiría que lo pasaran por encima.
Tenía algo muy concreto en mente.
Y puso manos a la obra.


Para leer la segunda y la tercera parte, clic aquí y aquí, respectivamente.

TH ♥ M


Bienvenidos, lectores.
Están aquí para conocer la historia de Thom, un corazón que decidió cambiar su destino... para desgracia de muchos.